POLÍTICA
temas para debatir y conversar
Unidad de las izquierdas en América Latina
Helio Gallardo Martínez
1.- Agradecido por la invitación a este foro* y por la presencia de ustedes aquí. El tema propuesto para este panel es el de la unidad de las izquierdas. Existe un primer punto que sería necesario considerar para determinar mejor lo que se discute en esta mesa. El deseo o la práctica de una ‘unidad de izquierdas’ puede remitir, para utilizar una terminología tradicional, a la conquista del poder, al ejercicio o del Gobierno o del Poder, o a la transformación del carácter del poder social o de sus poderes. Por supuesto ninguna de estas tres referencias, que contienen distintas demandas para la unidad de las izquierdas, se caracteriza en sí misma como una naturaleza metafísica. Cuando se trabaja por la conquista del poder, por ejemplo, se dan momentos de reflujo, contención, avance, inmersión, ofensiva, acciones parlamentarias o no parlamentarias, o varias de estas prácticas combinadas. Al mismo tiempo que sistémico, el ejercicio político es coyuntural y esto afecta a la cuestión de la ‘unidad de izquierdas’. Las izquierdas tienen la obligación de preguntarse (y contestarse) en qué estamos y dónde estamos en relación con ese en qué procesual.
2.- Ahora, la solicitud de una unidad de la izquierda y su práctica posee una carga de sentido (semántica) en el pasado reciente, para los más jóvenes no tan reciente, de América Latina. ‘Unidad’ se tradujo siempre como ¿Quién dirige? ¿Quién domina? ¿Quién o qué porta la hegemonía?, para decirlo en términos más académicos. La cuestión se relaciona, aunque no se agota en ella, con la conducción de la lucha de clases por un único partido de vanguardia y esto en el siglo XX fue factor de dogmatismo y sectarismo, de hegemonismo y de desagregación y distanciamiento (cuando no enfrentamiento) entre diversas izquierdas. Y no contemplaría aquí el personalismo, que suele emponzoñar el enfrentamiento. Recuerdo una oposición, que a primera vista parece conceptual, y que escindió a las izquierdas que se querían marxista-leninistas en la segunda parte del siglo recién pasado. ¿Era América Latina feudal o capitalista? Según fuese la respuesta, se exigían diversos comportamientos para ser considerado de izquierda efectiva. En el peor de los casos, ‘la’ única izquierda posible. Las otras, falsas izquierdas, eran ‘diversionistas’ o agentes objetivas del imperialismo.
3.- En el título, “Unidad de las izquierdas en América Latina”, el “las” tiene un tono de desafío hacia el pasado reciente, o no tan reciente, que mencioné hace un minuto, un pasado marcado por el sectarismo y el dogmatismo. ¿Se refiere este ‘las’ solo a las izquierdas parlamentarias? ¿Contiene organizaciones clasistas, socialdemócratas, nacionalistas, comunitarias…? ¿Incluye basistas, como tal vez sería el actual posicionamiento zapatista? Quienes se declaran marxistas-leninistas suelen militar en grupos diversos, trotskistas, por ejemplo. ¿Forman parte de esta unidad?
Pero el ‘las’ que podría admitir a tan diversas agrupaciones parlamentarias ¿incorpora a las izquierdas político-militares? Éstas existen en América Latina. Dan sus luchas. No resulta para nada sencillo ‘unificar’ a izquierdas parlamentarias e izquierdas político-militares.
Todavía más: el artículo “las” ¿comprende tanto a las izquierdas políticas como a las izquierdas sociales? Un ‘analista’ mexicano, un mucho kukluxklanesco es cierto, Jorge Castañeda, ha indicado que estas ‘izquierdas’ son incompatibles. Por supuesto no tiene idea de lo que habla. O, mejor, cree que el imaginario burgués sobre la política es el único que existe y, por tanto, propio. Por ‘izquierda social’ entiendo movilizaciones y movimientos sociales como el campesino de los Sin Tierra, brasileño. O el de los ecologistas radicales que están presentes, con fuerza diversa, en toda América Latina. O el de pobladores y precaristas, pobres de la ciudad y del campo. O el de feministas de la otredad. O los de los pueblos originarios y profundos de América Latina. O el de homosexuales o por una legítima diversidad humana de opciones sexuales. Y uno que a mí me gustaría mucho que existiera: el de los creyentes religiosos antiidolátricos. No creo necesario extender más las menciones. Todas estas gentes, y muchas otras, luchan. ¿Incluiremos estas luchas dentro de las izquierdas? ¿Se trata de una unidad de luchas? ¿O de sectores? Ustedes son quienes deben resolver estas cuestiones, después de pensarlas.
4.- Los aspectos señalados apuntan hacia otro foco de interés. Se puede ser breve al enunciarlo: ¿qué quiere decir “ser de izquierda” o comportarse como de izquierda en América Latina? ¿Cómo se reconocerán entre sí quienes buscan unirse? Es posible dar un referente de lo que ‘ser de izquierda’ no significa. Para contrastarlo. ‘Ser de izquierda’ no consiste en ocupar un lugar determinado y relacional del espectro político. Aquí en esta mesa del panel y para ustedes que están de frente yo me posiciono a la derecha y el compañero en el otro extremo, ‘a la izquierda’. Ahora, la izquierda en las sociedades modernas no es un “topos” o lugar en un espectro político continuo. Consiste básicamente en una actitud que obligatoriamente se liga con prácticas y que proviene de ellas. Las izquierdas son además rupturistas en relación con todo espectro político continuo. Esto quiere decir, utilizando un lenguaje en desuso, que las izquierdas, como actitud y proceso, se desean, en América Latina, revolucionarias.
Para ser de izquierda o omportarse como tal, que es una mejor manera de enunciarlo, se requiere sentir, discernir, imaginar, de cierta manera. Ser de izquierda contiene un posicionamiento básico.
Para sentir como de izquierda es necesario manifestarse irritado, sublevado, indignado, negativo respecto de lo que se vive, de lo que viven/mueren otros. Sin sincera indignación, sin rabia, no hay izquierda social ni política, al menos en América Latina. Pero para sentirse de izquierda resulta necesario tensionar la rabia con una profunda autoestima, con una oferta de ofrecerse a otros desde la rabia para crecer y transformar cosas. El sentimiento de izquierda grita: ‘¡Tal vez otro mundo no sea posible, pero igual vamos a hacerlo!’. Rabia y confianza (fe antropológica) y voluntad para darse los medios para que esa confianza tenga sustento material. Así pueden describirse los sentimientos de izquierda.
Discernir es obligatorio para las izquierdas. Si el sentir da fuerzas, el discernir otorga precisión, claridad conceptual, dice donde estoy y con qué fuerzas. Cuando debo golpear y dónde. Cuando debo pactar y para qué. Cuando y donde debo refugiarme para proteger lo decisivo. Los sentimientos me mueven, sostienen. Los discernimientos me abren a la interpretación de quién es éste que se mueve y dónde. El discernimiento se pone de manifiesto como concepto, como teoría social, como oferta y capacidad de diálogo, como comprensión situacional y estructural (sistémica). Sentimiento y discernimiento tienen la capacidad de convocar a otros (¿y de unir?) porque forman parte de sólidos y lúcidos testimonios de vida.
Imaginar es también vinculante para las izquierdas. Básicamente imaginar se relaciona con horizontes de esperanza. Con orientaciones hacia algo que hoy no existe pero que debemos y podemos producir entre muchos o todos. “Nos han dado la tierra”, escribe Juan Rulfo. Y no nos la han dado. El título de ese cuento quiere decir: “Debemos apropiárnosla”. Y cuando sea nuestra, será otra y nosotros seremos también otros. Ya no caminaremos como por un desierto. Ya no estaremos callados. Ya no ocultaremos una gallina bajo nuestra manta. Imaginar remite a la utopía, a aquello que alimenta el sentimiento, que aviva y afina el discernimiento, que torna arte, en su doble alcance de hacer y conmover, las prácticas de izquierda. Imaginar como de izquierda es tornar vida y testimonio de vida las esperanzas y emprendimientos colectivos.
5.- La izquierda no es un lugar sino una actitud. Y por supuesto hay que ver cómo se organiza esta trama de actitudes, la irritación, la ira, la indignación, el afinamiento conceptual, la teoría, la comprensión situacional y estructural, la voluntad utópica… la luz que no está más allá de la colina sino en el corazón, en las vísceras de cada quien, de cada militante. Y cómo desde la organización se convoca y se agita, se crean espacios políticos, escenarios, se informa y se hace uno proceso, fuerza, testimonio, se produce una nueva cultura como enfatizaba hace un momento uno de los compañeros del panel.
6.- Como se advierte, no se trata únicamente de vincular grupos o sectores, sino de articular sensibilidades y ligarlas productivamente en un emprendimiento común. Este emprendimiento puede ser la conquista del gobierno, su ejercicio, o la transformación del carácter del poder. Aunque parezca exótico, si se consiguiera esto último, las izquierdas no estarían obligadas a ganar gobiernos. Su actitud se traduciría en cultura o sensibilidad dominante, en ‘sentido común’, en instituciones propias de una existencia cotidiana sin duda todavía con conflictos pero que se darían en el marco de una compartida (aunque plural) fe antropológica que alimentaría un emprendimiento común. Algo semejante pero para nada idéntico a la producción de la Tierra Prometida.
Ahora, esto no suele ser lo que está en la mesa de proyectos y discusiones en América Latina cuando se habla de la unidad de las izquierdas. Por eso quizás deberíamos hablar de articulación de las izquierdas, y no de su unidad. O admitir que se trata de ‘otra’ unidad, no la que se buscó durante la mayor parte del siglo XX y que tuvo un sobrepeso ideológico, doctrinal. Y que cuando se la deseó parlamentariamente, entre diversos, fracasó en tanto proceso, como en los casos chileno (Unidad Popular, década de los setenta) o colombiano (Unión Patriótica, década de los ochenta), Y fracasó, entre otros factores, porque contenía una antipopular desviación politicista. Así que cuando se discute lo de la unidad de las izquierdas habría al menos que criticar radicalmente lo que se hizo, lo que hicimos, durante el siglo XX. Y a veces cambiar de vocablos o términos ayuda a la crítica radical. De modo que tal vez sea mejor procurar una articulación de las izquierdas más que su unidad. La factible ‘unidad’ (que inevitablemente resulta una articulación) de las luchas populares más que la unidad de las izquierdas. Y si se busca esta última, que se la acompañe con una crítica radical uno de cuyos momentos básicos es la autocrítica. Muchas gracias.
[*Intervención de Helio Gallardo en el Panel Central Foro Social Mundial, Zócalo de la Ciudad de México (1), 2 de mayo del 2010. Publicado en http://heliogallardo-americalatina.info].
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Marta Harnecker: "Los líderes deben entender que son transitorios"
La pensadora chilena, que llegó a asesorar a Hugo Chávez, presenta 'Un mundo a construir', en el que sienta las bases para avanzar hacia el socialismo del siglo XXI. En este encuentro con el politólogo Juan Carlos Monedero,

leer o descargar en http://www.psuv.org.ve/wp-content/uploads/2014/09/Un-mundo-a-construir.-Marta-Harnecker.pdf
Un libro suyo, Los conceptos elementales del materialismo histórico (Siglo XXI), ha sido durante varias décadas e incontables ediciones el catecismo de la izquierda hispanohablante. La pensadora chilena Marta Harnecker, exiliada en Cuba tras el golpe de Pinochet y años después asesora de Hugo Chávez en Venezuela, presenta ahora Un mundo a construir (El Viejo Topo), en el que sienta las bases para avanzar hacia el socialismo del siglo XXI.
Discípula del filósofo marxista Louis Althusser, esta educadora popular aboga en este encuentro con el politólogo español Juan Carlos Monedero por construir una alternativa al neoliberalismo mediante un trabajo colectivo de base que no tenga que pasar necesariamente por el método de la asamblea.
Juan Carlos Monedero: Parece que las ideas políticas en el Norte están agotadas y no queda otra que mirar hacia el Sur.
Marta Harnecker: Eso es algo que realmente aprecian ustedes, porque yo no conozco bien ese agotamiento que estáis viviendo. Pero creo que nuestras experiencias son un laboratorio que hay que estudiar. Estamos en la primera línea de la lucha por construir una sociedad alternativa.
J.C.M: El FMI está detrás de los ajustes que está sufriendo Europa. Teniendo en cuenta que son prácticamente calcados a los que sufrió América Latina desde los años setenta, no es extraño que Europa se pregunte si la forma que habéis tenido de salir del neoliberalismo puede ser de utilidad en el ámbito europeo.
M.H: Hay procesos históricos que se dan por rachas. Lo que pasó en América Latina a partir de los noventa está empezando a pasar acá. Debemos aprender a construir desde abajo y entender que desde arriba, desde el Gobierno, también se puede aportar y crear espacios. En ese sentido, hay que abandonar un poco la idea negativa que tiene lo institucional. Las energías hay que gastarlas en una agenda de construcción del poder popular. Si nos metemos en elecciones, esos procesos de construcción se dividen y se destruyen.
No niego que en el futuro habrá que llegar a la Constituyente y a gobiernos progresistas, pero hay que analizar en qué momento y cómo hacerlo. Tenemos que ver cómo ese instrumento político logra articular y no suplantar una plataforma de lucha, como ustedes han hecho con el Frente Cívico Somos Mayoría, aunque no sé qué está pasando con las masas que se movilizaron el 15-M.
J.C.M: Los procesos en Venezuela, Ecuador o Bolivia tardaron muchos años en madurar, por lo que se puede caer en la melancolía...
M.H: Hay que armarse de paciencia. Ahí está el gran problema de los plazos políticos y los tiempos de maduración democrática. Si caemos en el ultrademocratismo, a veces hacemos retroceder los procesos.
J.C.M: Eso nos lleva a otro problema que generó mucha distancia en el movimiento 15-M y que, en cambio, en América Latina ha sido un elemento esencial: el asunto de los liderazgos.
M.H: En América Latina ha sido clarísimo el papel del líder porque era una sociedad muy fragmentada y porque no teníamos instrumentos. Nuestros líderes hicieron el papel de articuladores, pero surgen porque existieron los movimientos. No podemos imaginarnos a un Evo Morales sin el movimiento campesino indígena ni a Rafael Correa sin el movimiento ciudadano. El caso de Hugo Chávez es distinto, porque en él se concentra todo el malestar por la crisis de la institucionalidad burguesa que existía en ese país. Los líderes son necesarios para crear esa unidad del sujeto revolucionario, pero deben entender que son transitorios y que deben crear las condiciones de la conducción colectiva.
Ahí está el tema de la impaciencia de algunos líderes, porque es más rápido hacer los procesos sin discusión colectiva, pero es algo que hay que corregir. Si Chávez hubiese sabido que tenía los días contados, apostaría mucho más por la dirección colectiva.
J.C.M: En tu libro planteas cómo hacer para acumular fuerzas de cara a la transformación social y, en ese sentido, crees que los procesos constituyentes solamente se pueden convocar cuando hay una acumulación de fuerzas suficientes.
M.H: El proceso constituyente tiene que hacerse para ganar.
J.C.M: ¿No es ya la discusión en sí una suerte de victoria, con la escuela de ciudadanía que implica?
M.H: La convocatoria tiene que ser precedida de un silencio. Una cosa es el momento de la convocatoria y otra crear la conciencia de la Constituyente. Pero hay que explicar muy bien de qué se trata y discutir no la Constituyente sino la institucionalidad que nos sirve.
J.C.M: En un mundo como el europeo (tan sometido a la lógica de la mercancía, donde armas la organización de tu cotidianeidad solamente en términos de mercado, de compra y de venta), tengo la sensación de que la apertura de un proceso constituyente sirve para que la gente se haga unas preguntas que, en España, no nos hemos hecho nunca desde la muerte de Franco ni durante los cuarenta años anteriores. Creo que la apertura de esa posibilidad va a ser muy emancipatoria en una Europa que no discute...
M.H: Es un tema muy interesante a discutir, porque pone en el tapete el tema de cuestionar la institucionalidad.
J.C.M: El 15-M tuvo mucho éxito porque no tenía liderazgo, estructura ni programa. Esos tres elementos, que eran muy poderosos por su ausencia, hoy son un problema también por su ausencia. A la hora de empezar a pensar en instrumentos políticos, parece que otra vez el movimiento entra en crisis. La gran discusión es entre las fórmulas asamblearias (de discusión constante y consensos) y la representación. Un problema que ha existido en América Latina, para el que, de alguna manera, han encontrado soluciones.
M.H: Las explosiones que hubo en América Latina no tuvieron tanta duración. Me pregunto si en dos años el sistema asambleario no se desgasta. La gente no puede vivir en reuniones, tiene que pensar en alternativas de solución. Para construir la alternativa tenemos que trabajar de una forma colectiva, pero a lo mejor no asamblearia. El desafío pasa por socializar las discusiones de los grupos pequeños a todo el conjunto.
J.C.M: Pequeños grupos que actúen como socializadores del conocimiento. Como has dicho en alguna ocasión, "la democracia es gente igualmente informada".
M.H: En Chile, el movimiento estudiantil surge contra la política y los políticos, no tiene nada que ver con la representación sino con el estilo de trabajo de los políticos.
Por lo tanto, cuestiona el sistema representativo, pero el problema es que los estudiantes, pese a declarar que su sistema es asambleario, tienen a gente que han elegido para hablar en nombre del grupo. Cuando les pregunto cuál es la diferencia, responden que han creado un sistema para controlar a los voceros, es decir, a los delegados. Desde la misma asamblea, eligen al veedor, que es —y esto lo digo riéndome— como el comisario político de los sectores populares. Eso es una creación del movimiento, una iniciativa bien interesante...
J.C.M: Al final son formas de democracia participativa con formas de democracia de delegación.
M.H: Salvo en pequeños grupos, la democracia directa tiene un límite. Hay corrientes en la izquierda que sólo reconocen la asamblea y la democracia directa, pero hay que tener en cuenta sus límites: si tienes la aspiración de cambiar un país, esa asambleíta no va a poder hacerlo. Volviendo a la delegación, ¿de qué tipo de delegado hablamos? No debe ser un delegado burgués sino alguien electo por la asamblea, que responde a ella y que no recibe un salario.
J.C.M: Una discusión que no tiene fin en Europa: ¿qué es de izquierdas?, ¿qué es de derechas?, ¿qué decisión te pone en un campo u otro?, ¿quién es el sujeto revolucionario?
M.H: En América Latina, la clase obrera, por el golpe que recibió, no ha sido el sujeto revolucionario. Creo que la gente necesita práctica, que es lo que define si una persona es de izquierdas o de derechas. Me he encontrado con gente de derechas con una práctica de izquierdas y titulados de izquierdas que hacen práctica de derechas.
J.C.M: Habría que diferenciar entre las bases y la dirigencia de la derecha.
M.H: Exactamente. Sobre todo, en un país como Venezuela, donde el partido de la derecha, Acción Democrática, fue en su momento un partido muy popular. Los tipos cambiaron con el tiempo, pero la idea inicial era bastante de izquierdas.
J.C.M: ¿Es la práctica de las mujeres guerrilleras desde Centroamérica la que construye un tipo de feminismo en el continente?
M.H: A ver, yo llegué a las ideas del feminismo no por las mujeres ni por lecturas, sino por los comandantes guerrilleros, que estaban influidos por las comandantes mujeres. Ellos habían incorporado el antiautoritarismo, el respeto a las diferencias y otros valores que defiende el feminismo.
J.C.M: ¿Has encontrado a Europa decepcionada, deprimida, cansada, golpeada...?
M.H: He estado en Guipúzcoa, donde he visto efervescencia. Bildu ganó las elecciones en más de cincuenta alcaldías y están en un proceso de democracia participativa, con experiencias interesantes. No se puede ser tan pesimista, por ahí viene la cosa. Fíjate en Chile: dos años atrás no se veía nada y hoy en día lo que se ve... Debemos tener esperanza. La idea es la unidad, compañero. Hay que dar tareas, pues la gente debe sentir que tiene tareas. No sé cómo se resiste a tanta asamblea. Será porque yo soy antirreunionista...
Fuente:http://www.publico.es/culturas/marta-harnecker-lideres-deben-entender.html